jueves, 18 de diciembre de 2008

EL AYER

En la oscuridad de la noche brillaban los pequeños ojos de aquel felino, perezoso y gordo, le recordaba tiempos mejores.
Se mecía en su butaca, que rompía el silencio de las estrellas que la contemplaba, con un chirrido. La luna protagonista del firmamento hizo que volviera a escuchar las palabras que ya solo hacían eco en el ayer “mi vida esta condena a ser la tuya”.
De ponto unas lágrimas comenzaron a rodar por esos ojos que contaban mil y una batalla perdida resbalando por un rostro arrugado y lleno de cicatrices.
No podía olvidar sus ojos, aquellos ojos que iluminaban su mundo y que hacían olvidar las penas. Todo era posible junto a ella.
Ahora solo le quedaban imágenes que sucedían una tras otra en su cabeza como una película antigua, las únicas imágenes llena de color era la que hubiera deseado no recordar.
El iba conduciendo, la carretera estaba completamente despejada, el sol brillaba como nunca y el día parecías más hermoso que ningún otro. Por fin había aceptado ser su esposa. Eufóricos se dirigían a dar la nueva a la familia. La risa de ella era tan estridente que no podía pensar más que en como haría el resto de su vida para que esta permaneciera así.
Su rostro reflejaba el vigor de la juventud, y entre miradas llenas de complicidad se robaban pequeños besos. “Nada puede ser tan perfecto, ni siquiera los Ángeles del cielo” pensó el.
De pronto la sensación de que las ruedas se bloqueaban, el volante no retomaba la posición deseada, la risa de ella se transformo en un grito lleno de pavor. El cerro los ojos y cuando los volvió a abrir el coche estaba en la cuneta apoyado sobre el costado del conductor. Miro hacia el asiento que ocupaba ella, pero no estaba, la luna del cristal estaba roto y manchado de sangre.
Se desato como pudo y gritando el nombre de ella fue en su búsqueda, no tuvo que esforzarse demasiado a pocos metros del coche estaba tumbada, su vestido blanco ahora era rojo y su risa estridente se había convertido en un silencio mas ensordecedor si cabe.
Los ojos cansados del anciano se abrieron para contemplar el cielo unas palabras susurradas se escaparon de sus labios -¿cuándo me perdonaras?- los volvió a cerrar instantes después escucho respuesta a su pregunta –nada tengo que perdonarte- El anciano sonrió nunca mas los volvió a abrir.


Autor: M.D.M.FERRER